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La primera ley de Newton

  • Paola Moreno
  • 7 ago 2017
  • 2 Min. de lectura

Yolanda sintió cómo los ojos de Luis se adentraban por entre sus recuerdos, como buscando una verdad. Pero ella no tenía nada que ocultarle. No, no hay alguien más, solo que ya no siento lo mismo que sentía antes por ti, le dijo. No entiendo cómo puede pasarte algo así, le respondió él. Ella agachó la cabeza y después de unos segundos vio la mano de Luis asomar por entre su cabello, quitar un mechón y ponérselo detrás de la oreja.



Fue hasta esa mañana cuando la señora Lilia Fayad cayó en cuenta del desproporcional tamaño de su hijo. En comparación con los demás niños, su piel negra contrastaba con el azul de la piscina, y con los blancos cuerpos que ella sentía que la encandelillaban. Por el contrario, Luis, de 14 años, media unos 15 centímetros más que sus compañeros de natación y tenía un cuerpo grueso. Su hijo volteó a mirar a su madre, que lo observaba desde las gradas, tensó su rostro y le hizo una sonrisa que dejó a la vista todos sus dientes.



Al señor Ricardo Sabogal siempre se le enredaban los dedos entre el cabello crespo de su hija. Casi todas las noches era igual: Yolanda sacaba un libro de la biblioteca y le pedía a su padre que le leyera. Los dos se metían entre la cama y mientras él iba pasando las hojas, su hija seguía los negros dedos de su padre por entre las letras. La mayoría de veces ella se dormía a los 20 minutos. Pero Yolanda, de 9 años, antes de profundizarse entreabría los ojos y veía las manos de su padre asomar por entre su cabello y acomodárselo detrás de las orejas.



La primera Ley de Newton o también Ley de la inercia dice que un cuerpo solo puede mantenerse en movimiento si se le aplica una fuerza. Es decir, que si sobre un cuerpo no actúa ningún otro, este permanecerá indefinidamente moviéndose en línea recta. Le explicaba Luis Cárdenas a Yolanda Sabogal, pero ella estaba absorta en el rostro de su compañero, le parecía que sus partes del todo eran desproporcionalmente feas. Eres un negro monstruoso, eso es lo que más me gusta. El negro monstruoso soltó una risa y se acercó a Yolanda. Ella agachó la cabeza y sonrió escondiéndose entre su pelo, a los pocos segundos, los dos cuerpos que permanecían moviéndose en línea recta, se acercaron. Yolanda se estremeció cuando, después de unos segundos, vio la mano de Luis asomar por entre su cabello, quitar un mechón y ponérselo detrás de la oreja.


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