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Usmina

  • Paola Moreno
  • 2 oct 2017
  • 3 Min. de lectura


Soy Nieves López y existo solo para contarles esta historia. Soy la creación de una escritora principiante para ocultar sus fallas estilísticas. Me disculpo porque nunca he escrito un cuento hasta hoy.

***

Todo empezó una tarde en que Nicolás, llevado por sus inseguridades y viejas supersticiones, fue a que le leyeran el tarot. Tal vez nada hubiera pasado si sus ojos no se hubieran delatado ante la clarividente mirada de María José, su novia. Se habían conocido hace tres años en un bar, pero no gracias a bailes lentos y seductoras palabras al oído, sino por culpa de una polilla: el insecto se adentró entre el sudor del lugar, y Maria José quien sentía un profundo terror por estos animales se aferró a los escuálidos brazos de un hombre que estaba a su lado. Fue así como Nicolás resultó con la camisa bañada en lágrimas y los ojos fijos de una mujer azotada por el miedo.

***

Si hasta aquí les parece que un hombre y una mujer no pueden enamorarse de esta forma, no me culpen a mí. Esto no es invento mío.

***

El hombre que aguardaba detrás de la cortina de semillas era alto y musculoso, de cejas negras y mirada tierna. Definitivamente esa no era la imagen que alguien se haría de una pitonisa. Nicolás se enteró, después de que le leyera las cartas, que el hombre se hacía llamar Usmina y que había recibido una señal divina para seguir el camino de los astros, una noche en la que se dedicaba a hacer sus ejercicios en el gimnasio. Usmina puso las cartas sobre la mesa y con una dramática melosería le pidió a Nicolás que escogiera cinco cartas.

La torre… ayayai; La justicia….veamos más; La rueda de la fortuna….interesante; La muerte…ay mi querido; El mundo…esto está difícil. Tú vives con una mujer ¿cierto?, claro, aquí puedo verla…pero…no eres muy feliz con ella ¿o sí?


Y Nicolás, que nunca se había sentido infeliz con María José hasta ese momento, le respondió que no.


Claro, aquí aparece otra mujer que conociste hace varios años.

Nicolás y Sofía se habían conocido en la Universidad cuando apenas eran unos jóvenes precoces fáciles de deslumbrar. A Nicolás le gustaba el color rubio cenizo del pelo de Sofía, la delgadez de su cuerpo y la forma en que movía sus manos al hablar. Nunca estuvieron juntos, solo compartieron un mutuo magnetismo que poco a poco fue aplacado con el paso de los días.


La torre trae cambios muy drásticos a tu vida, pero La muerte te augura un nuevo comienzo ¡Claro! y con La rueda de la fortuna y La justicia te espera un camino de mucha suerte. Pero definitivamente tienes que volver a buscar a esa mujer, con ella es con quien vas a ser feliz.

Al otro día Nicolás llegó al apartamento de Sofía, pero lejos estaba de imaginarse que ella había dejado de ser la mujer que había conocido. De rubia no tenía ni un pelo y ostentaba unas enormes nalgas que marcaban una línea divisoria sobre sus piernas. La mujer miró a Nicolás con una tensa sonrisa, lo abrazó acercando solo media parte de su cuerpo y con una voz nasal le dijo que era un gusto volver a verlo, le preguntó qué lo traía por allá. Él la miró, y aunque reconoció el tono verdoso de sus ojos no veía a Sofía. Le dijo que pasaba para saludarla, pero que no podía quedarse más tiempo. Se despidieron con el mismo abrazo con el que se saludaron.


Cuando Nicolás volvió al apartamento, María José no salió a recibirlo. Lo primero que vio fue una hoja doblada sobre la mesa de comedor. Sintió que el corazón se le salía del pecho mientras desdoblaba la hoja, pensó que María José se había ido para siempre. Pasó sus ojos por el papel: un sobre de incienso, una botella de agua, un citrino, dos cornalinas y tres cuarzos rosados. 35.000 pesos. Escuchó la voz de su novia en la habitación y la encontró colocando un poco de piedritas de colores dentro de una bolsa de tela. Ella se le acercó y le dijo que había estado pensando toda la tarde y que lo era que no siguieran juntos.

Y Nicolás, que nunca se había sentido más convencido de estar con María José hasta ese momento, le respondió que no, que él solo quería estar con ella.


María José agarró su bolsita de tela y se dirigió hacia la puerta. De pronto se giró hacía Nicolás, lo abrazo y le dijo al oído: A veces me parece que alguien juega con nosotros.


***

— ¿Pueden quedarse juntos? —No.

***

María José apretó la bolsa de tela y se dirigió hacia la puerta. Sintió un impulso de girarse hacia Nicolás pero no pudo hacerlo.


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