Los hijos del emperador
- Francisco Morales
- 25 jun. 2017
- 2 Min. de lectura

Jun, heredero legítimo del reino de Qin, tuvo un altercado con su hermano Hoang debido a una discusión sobre el tipo de peces que debían comprar para los estanques del palacio. Jun decía que solo el carpín dorado era lo suficientemente bello para nadar en las aguas del jardín imperial, mientras que Hoang pensaba que los peces koi serían una mejor inversión porque vivían más años.
Este pequeño altercado se convirtió en una disputa irreconciliable; estaban dispuestos a lo que fuera con tal de imponer su opinión. Jun empezó a levantarse en la madrugada para sacar con una red a los peces koi colocados por su hermano el día anterior; Hoang aprendió a preparar sashimis con los peces cometa dejados por Jun. La rencilla escaló hasta tal punto que dejaron de hablar el uno con el otro.
Para terminar con este altercado el emperador reunió a sus dos hijos y les propuso el siguiente trato: «el que me traiga un pez mandarín de color azul con líneas naranjas onduladas tendrá derecho a colocar los peces que quiera en los estanques. Y no sólo eso, le entregaré mis facultades como emperador para que pueda gobernar y decidir por los estanques de todo el reino. El que gane podrá decretar que hasta en las letrinas haya peces nadando, si así lo desea». Ambos estuvieron de acuerdo y, seducidos por la promesa de su padre, prepararon de inmediato las carrozas reales para emprender su viaje. Al despuntar la mañana, tras una noche serena en la que ninguno de los dos hermanos pudo dormir, salieron en busca del pez mandarín.
No volvieron a ser vistos. Du Zuan, quien había servido de contador y antiguo hombre de confianza del emperador, me contó esta historia. No contento con el desenlace, le pregunté por lo que opinaba el emperador acerca de la pérdida de sus hijos. Zuan respondió que muchos años después de este suceso le dijo:
[if !supportLists]- [endif]Sabes que en toda China no hay peces mandarín, ¿verdad?
El emperador asintió.
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